Toda mujer es Shakti

miércoles, 8 de abril de 2009


La Mujer crea el universo, es el cuerpo mismo de este universo.
La Mujer es el soporte de los tres mundos, es la esencia de nuestro cuerpo.
No existe otra felicidad que la que procura la Mujer.
No existe otra vía que la que la Mujer puede abrirnos.
Jamás ha habido ni habra jamás,
ni ayer, ni ahora, ni mañana,
otra fortuna que la Mujer, ni otro reino,
ni peregrinación, ni yoga, ni oración,
ni fórmula mágica (mantra), ni ascesis,
ni otra plenitud, que los prodigados por la Mujer.
Shaktisangama-Tantra II.52

El tántrico, para quien toda mujer encarna a Shakti, tendrá hacia ella una actitud muy diferente a la del varón común. Para él, ella no es un objeto sexual que hay que cortejar para obtener sus favores, ni una presa de caza. El tántrico no es ni ligón ni Don Juan. Sola con él, la mujer no tiene nada que temer: estará segura, será libre de comportarse como quiera. Respetada, en ningún momento será importunada. En el plano sexual el hombre y la mujer se separan desde el punto de vista del orgasmo, lo que significa un extraordinario viraje evolutivo. Durante el orgasmo, el hombre siente como mucho tres o cuatro contracciones mayores, seguidas de algunas otras, menos intensas, todas localizadas en la región genital. Inmediatamente después se desinteresa del sexo. La sangre abandona el pene, que queda blando, y todo se ha de recomenzar pasado cierto tiempo. Para la mujer el proceso es totalmente distinto. Normalmente, ella siente de cinco a ocho contracciones principales, luego de nueve a quince secundarias que irradian por toda la pelvis. Lejos de haber terminado, para ella el sexo apenas comienza. Al contrario del hombre, no hay desentumecimiento de los órganos genitales; si sabe cómo hacerlo, casi inmediatamente puede vivir un nuevo apogeo de placer, luego otro y todavía otro si quiere. En realidad cuantos más orgasmos tiene una mujer, más puede tener, más se intensifican... Toda mujer es físicamente capaz de experimentar orgasmos múltiples. Simple cuestión de práctica. Que el sexo obsesione a nuestra especia no es, pues, ni depravación ni lujuria, sino la marca del destino humano. Nuestra especie está destinada al erotismo, juego sutil donde el sexo, disociado y liberado de la pulsión procreadora animal, abre a la pareja humana el acceso espiritual total a través de dos seres en el éxtasis amoroso. En el animal, la hembra se apodera del esperma para ser fecundada, nada más. Más allá del goce inmediato no busca ninguna fusión en otro plano, como, por ejemplo, el de la meditación entre dos que, en el ser humano, abre la vía a lo cósmico. El problema de la disfunción sexual entre hombres y mujeres nace del hecho de que el primer orgasmo femenino es sólo un comienzo, mientras que la eyaculación termina con la erección masculina e interrumpe la experiencia: sólo el control eyaculatorio restablece el equilibrio, por lo demás benéfico para ambos. En el animal el contacto sexual está limitado a los órganos genitales: por otra parte, el pelaje aislante impide un contacto íntimo directo. En nosotros, toda la piel, antena cósmica de millones de receptores sensibles, se ofrece a las caricias y permite intercambios táctiles en la mayor parte del cuerpo. Todas estas diferencias exclusivas confirman que nuestra especie, y sobre todo la mujer, está concebida para el sexo y el erotismo como ninguna otra sobre el planeta. El ser humano es fundamentalmente un ser sexual, el único capaz de dar al acto sexual otras dimensiones que la procreación pura y simple.
El Tantra lo ha comprendido desde hace miles de años. Incluso en el nivel hedonista y secular, el erotismo indio concentró siempre su atención en el estado íntimo de la posesión erótica. Las largas secuencias de caricias y posturas que se recomiendan en el Kamasutra, el Anangaranga y otros manuales, tenían por objeto crear un estado de prolongado saboreo o deleite; en inguno de los dos textos aquí citados se trata el orgasmo como un desahogo necesario, ni siquiera como el objetivo principal, sino, simplemente, se le da por supuesto. En los niveles más altos del erotismo indio el orgasmo se vuelve puramente una puntuación, un incentivo del estado de continuo e intenso esplendor físico y emocional que los amantes consiguen evocarse mutuamente. El sexo no se considera una sensación, sino un sentimiento; la atracción no es un apetito, sino un «contacto de ojos»; en amor no es una reacción, sino una creación cuidadosamente fomentada. Su sentido es un prolongado éxtasis mental y corporal, cuyos fuegos se mantienen vivos continuamente por medio de un compromiso y un estímulo prolongado de los órganos sexuales, y no por el mero alivio reciproco. Las posturas y las contracciones internas que tienen lugar en el trascurso de la unión tántrica actúan sobre esta base india de amor sexual. Pero la condición especial de esplendor interior que provocan sólo aparece cuando el foco erótico pasa, de la personificación exterior y sensorial del deseo, a la Diosa interior de la que todas las mujeres exteriores son simples paradigmas. La mujer y el hombre, entonces, son claves del deleite recíproco. Esto no significa que el uno pierda valor a los ojos del otro, sino, más bien, lo contrario, porque cada uno de ellos se vuelve Dios para el otro, y, además, los ritos y los mantras que acompañan el acto sexual llevan también cargas de energía acumulada, derivadas de prácticas, estudio y costumbres anteriores, realzando la actividad sexual con su propia fuerza. Por lo tanto, tenemos que recordar que el sadhana sexual, para que sus metodos sean efectivos, tiene que producir un deleite equivalente por medio de la misma clase de recursos, además de con otras técnicas. Sólo de esta manera puede alcanzar el sadhaka lo que se llama Rasa (goce-jugo) o Maharaga (la gran emoción). Una actitud puramente mecánica resulta tan absurda como un simple abandono indirecto al placer. Sonreíd, machos, pues en el ser humano la hormona erótica es: A) unisex B) masculina ­es la testosterona! Es verdad, el hombre y la mujer fabrican ambos a la vez hormonas masculinas y femeninas, aunque él produzca diez veces más testosterona que ella, y diez veces menos estrógenos. Para ella es a la inversa, pero recordemos, sólo la hormona masculina erotiza a la mujer. En la naturaleza, la mujer es, pues, el único caso de disociación hormonal casi total entre el eros y la procreación: mientras que la reproducción corresponde a los ovarios, que secretan las hormonas femeninas, las glándulas suprarrenales son las que destilan la poca cantidad de hormona masculina necesaria para excitar el centro del deseo, en alguna parte del cerebro femenino.

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